𝗟𝗮 𝗰𝗵𝗶𝗰𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗶𝗿𝗮 𝗽𝗼𝗿 𝗹𝗮 𝘃𝗲𝗻𝘁𝗮𝗻𝗮
Sé que no conoces a Lucía, pero es capaz de sacar de quicio a cualquiera. El otro domingo por la tarde estábamos tumbados en la cama, aprovechábamos que el calor había amainado y una brisa fresca se colaba por la ventana y nos acariciaba el cuerpo casi desnudo. Entonces no se le ocurrió otra cosa que empezar con el rollo de si me creo que la vida es un juego donde todo es jijí y jajá.
- ¿Acaso tu vida no es también un juego? -le dije.
- Ya empezamos - resopló ella. Se dio la vuelta y me dio la espalda.
- ¿Por qué te levantas todos los días a la seis de la mañana? - insistí.
- El dinero no cae del cielo, ¿sabes? - me respondió.
- ¿Y te compensa lo que haces?
- Lo que no me compensa es quedarme rascándome la barriga - entonces se incorporó, encendió el ventilador del techo y se quedó sentada en el bordillo de la cama.
- ¿Y a ti te compensa tu jueguecito? - me dijo al rato.
- No siempre, aunque busco elegir a lo que juego y a lo que no - respondí.
- Claro, y eliges que nos quedemos aquí aburridos y asados porque no nos da para ir con Paula y Raúl de vacaciones a Ibiza.
- Y tú eliges trabajar todos los días hasta las tantas para ganar puntos a ver si te suben de una vez de nivel en un juego donde tus jefes se sacan las reglas de la manga.
Ella se levantó sin decir nada, se puso la falda y la blusa y se quedó mirando por la ventana. Estuvo así un buen rato. Verla allí asomada, de espaldas, con el río Segura enfrente, me hizo recordar a un cuadro de Salvador Dalí que vimos una vez que estuvimos en el Museo Reina Sofia, en Madrid.
A veces el juego alrededor es una mierda, pero entre nosotros no debe ser así, de ninguna manera. Como ya está de vacaciones, al día siguiente la invité por sorpresa a desayunar en el Detroit, pocas cosas tan bonitas que ver su cara mientras elige en el expositor el dulce que se comerá. Nada más bonico que su cara en cualquier momento, hasta cuando me saca de quicio.
