Negro sobre blanco (VIII): Blanco

Por Spice Lady
Quería que ese abrazo no terminara nunca y que la llevara mecida hacia ese espacio imaginado en el que los sueños soñados que él le había contado aquella madrugada de verano se hacían realidad.
Quería que ese abrazo no terminara nunca porque ahí, en ese estrecho lugar en el que se entrecorta la respiración de dos cuerpos que se quieren, donde se encuentran dos almas que se buscan, hasta lo imposible parece probable, los miedos se diluyen y vive toda esperanza.
Quería que ese abrazo no terminara nunca e inventar juntos una palabra nueva para dar nombre a la piel que se une, esa superficie extraña que nace cuando dos personas se tocan, esa textura íntima que parece no existir pero que, sin embargo, todo lo envuelve, lo entreteje y atrapa. Ese algo que late, que es, que se queda, que ama.
—Rosa, se vende.
—¿Qué?
—La casa del patio, la de la higuera. Mira, se vende.
Rosa salió de ese espacio sin tiempo que era su abrazo para, por primera vez en años, dibujar en su mente un futuro compartido con él, con Juan, con el amor de su vida, el que iba a marcharse —o quizá ya no— en unas horas, el hombre que, esa misma madrugada, le había contado su sueño de montar ahí, juntos, en esa casa, el restaurante que ambos querían, ese que la vida parecía querer negarles y que un deseo callado alimentaba vorazmente.
—Vaya, el cartel debe de ser reciente. Es la primera vez que lo veo.
—¿Imaginas?
—¿Qué, Juan?
—Que lo hacemos, lo de nuestro local: con su comedor con chimenea, su patio con higuera para tomar un café…
—Me encantaría, claro, pero lo veo complicado.
—Lo dices sólo porque no tenemos dinero.
—Es un detalle a tener en cuenta.
—Eso es. Tú lo has dicho: es un detalle, sólo eso. Y para eso están los bancos y las hipotecas. Lo demás es cosa nuestra.
—¡Juan, no quiero emocionarme!
—¿Por qué no?
—¿Y si sale mal?
—¿Y si sale bien?
—Sería fabuloso.
—Como tiene un principio, empiezo por quedarme. Ya te he dicho que no quiero irme. Llevo años lejos de aquí, y quiero dejar de ir y de volver. He aprendido, he visto, tengo el conocimiento que necesito, tengo las ganas y, sobre todo, estás tú. Quiero estar contigo. Tenemos la idea, tenemos la casa y tenemos mi sueño…, que es una señal. Mira, no creo que las estrellas concedan deseos pero sí creo que la vida, a veces, pone ante tu mirada las oportunidades. Y hay que atraparlas. Sí, es cierto que no contamos con muchos ahorros, pero, como te decía, es solo un detalle. Creo que tenemos suficiente material para hacer los cimientos.
—¡Juan! Empiezo a ponerme nerviosa, tengo un nudo en el estómago. Como los adolescentes cuando se enamoran.
—Eso me gusta. Mira, ambos tenemos experiencia sobrada en la hostelería para saber qué hacer. Empecemos. Y luego… ¡pues sigamos!
—Quiero un comedor con manteles de hilo blanco. Y decorarlo con flores, con frutos… según la temporada.
—Pues así lo haremos.
—Y producto local. Que Lorenzo nos sirva el pescado, por ejemplo. Donde trabajo ahora, tenemos un aceite estupendo de una finca pequeña, cercana… Me gustan esas cosas.
—Por supuesto. Yo también quiero una barra para que la gente tome algo mientras le damos mesa y para crear cierta parroquia local, que vengan nuestros amigos… Habrá temporadas bajas y tendremos que reinventarnos permanentemente con aperitivos, catas, nuevos vinos, cafés… No sé. Además, lo mejor de nuestro trabajo es la gente, me gusta charlar con los clientes, conocer personas nuevas… Todo el mundo aporta siempre algo y hay por ahí personas alucinantes, sorprendentes. Creo que eso se me da bien.
—Sí, eso es verdad. De labia vas sobrado, convences a cualquiera de cualquier cosa. Tanto, que ya estoy viendo las mesas llenas, la barra a rebosar… Y a nosotros dos no llegando a todo.
—Es que no vamos a llegar. Vamos a necesitar ayuda, formar un equipo.
—Lo sé.
—Mi amiga Elizabeth sería un buen perfil para la cocina. Es una persona muy formada y creativa. Una tía estupenda.
—Ya, ya. Me has hablado de ella. ¿No te estás precipitando un poco? Quizá no le apetezca cambiar de país… Es un poco loco todo. Mira, el nieto del señor Julián, mi vecino —¿te acuerdas de él? —, también está estudiando cocina. Es un chico majísimo, algo tímido, pero buenísima persona y creo que trabaja fenomenal. El verano pasado lo tuvieron en el restaurante de la playa y estaban encantados.
—Quizá los necesitemos a los dos si todo sale como queremos que salga.
—¡Ojalá!... No sé, me siento como si estuviera jugando a las casitas, como cuando era niña y pasaba horas disponiendo los cacharros de la cocinita, quitándole a mi madre puñados de arroz y lentejas, inventándome que guisaba, hablando conmigo misma.
—¿Hablando contigo misma?
—Sí, yo era varios personajes. No sé, me imaginaba que cocinaba algo que alguien luego comería… Creo que nunca he cocinado solo para mí, ni siquiera cuando estoy sola y me hago la cena. Siempre me invento que va a probarla alguien más, supongo que es una forma de estímulo… Desde hace años, ese alguien siempre eres tú. Así que, ese juego mental, ese inventarme que alguien va a tomar parte de mi tortilla, o mi merluza, no es solo una forma de intentar hacer las cosas lo mejor posible, también es una manera de combatir la soledad. Sé que no soy tan aventurera como tú ni tan creativa como tu amiga Elizabeth…
—Rosa…
—Déjame terminar, por favor… Pero no quiero volver a inventarme que vas a probar mi cena, no quiero monologar ni imaginar que me dices que está deliciosa o que le falta un toque de sal. Por eso, no quiero seguir jugando a “Monta tu propio restaurante” si de verdad no estás dispuesto a quedarte con todas las consecuencias. Yo me atrevo a dejar mi trabajo y a dar este salto mortal contigo sólo si no vas a soltarme de la mano después del primer revés, que los tendremos.
—Rosa, no voy a irme. Jamás soltaré estas manos.
—¿Lo tienes claro?
—Clarísimo. Solo hay algo que tengo más claro aún: sí eres creativa y, quizá no seas aventurera, pero sí eres una mujer valiente. No podría hacer esto con alguien que no fueras tú. No quiero hacerlo con nadie que no seas tú. ¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Lo tienes claro?
—Negro sobre blanco.
Capítulos anteriores:
I: Rojo
II: Naranja
III: Amarillo
IV: Verde
V: Azul
VI: Añil
VII: Violeta



